MIES nació en el año 2013, un poco por casualidad (como nacen todas las cosas genuinas, ¿no?). Rami, uno de nuestros fundadores era (es) alérgico a casi todo, y usaba bicarbonato de sodio puro a modo de polvo desodorante. En una reunión de amigos (de esas en las que se acumulan demasiadas botellas de Cabernet y el almuerzo se funde con la cena), se nos ocurrió darle una vuelta de tuerca a aquellos desodorantes sin «onda», y experimentar con especias y hierbas de nuestra huerta urbana.

1471346_569108699840188_307979388_nCasi todos esos experimentos salieron mal, pero el bichito de la curiosidad ya estaba instalado, y seguimos investigando. Amantes de la cocina experimental, nos animamos a probar recetas de productos para el cuerpo hechos con ingredientes de cocina, que llegaban de todos lados. Sales de baño, repelentes de mosquitos, bloqueadores solares, espumas libres de detergentes… Hicimos una tandita de nuestros resultados más «logrados», los envolvimos lo más decentemente posible, y los regalamos a un grupo de amigos, conocidos, y catadores varios. La respuesta fue inmediata y asombrosa: querían más. Querían seguir probando, seguir usando, y hasta regalar esta nueva generación de productos hechos a mano, irregulares, imperfectos, claramente rústicos e improvisados.

1897838_602194616531596_1740199272_nPor ese entonces una amiga que también es emprendedora nos comentó que se haría una edición navideña de la feria «Puro Diseño», y que era muy accesible participar, por lo que nos mandamos. «Necesitamos un nombre, porque esto ya es una marca», pensamos. Y Diego, nuestro otro fundador, se inspiró en su arquitecto favorito, quien difundió esto del «menos es más»: Mies Van Der Rohe. Nos atrajo esta idea de ponerle menos relleno a las cosas (en una era marcada por la superabundancia de todo), de mostrar los productos tal cual son, de hacer lo más posible con las manos y casi no envolver nada. Al fin y al cabo, en cosmética éramos completamente nuevos, pero en esto del «vivir mejor» y de llevar una vida más simple, ya estábamos cancheros.

La feria fue un desastre, ¡no fue nadie! Pero lo bueno fue que quien entraba, venía directo hacia nuestro stand, tal vez atraído por los olores y los productos indescifrables. «¿Se come?» era (es, todavía) la pregunta que más oíamos. Salimos hechos, no nos hicimos millonarios (el Audi Q7 tendrá que esperar un poco más) pero si felices, motivados, y habiendo escuchado miles de opiniones, sugerencias, clientas que se acercaron y nos contaron sus necesidades, por qué no les servían los productos «industriales», por qué buscaban esta alternativa. Nos pasamos todo el verano produciendo en una cocina casera, lanzamos una primera página web y empezamos a vender desde ahí. En marzo nos invitaron a participar de una feria para mayoristas y, caraduras y entusiasmados, nos mandamos con nuestras bombas,  espumas y jabones.

10527804_680276498723407_7428215959851863415_nEl éxito de ventas se repitió, pero la cocina de casa ya no daba abasto para producir tanto, así que alquilamos un local chiquito por Núñez, con la idea de trabajar ahí a puertas cerradas. Cosa que hicimos sólo un mes, porque los aromas se escapaban por la puerta y los vecinos golpeaban a la vidriera preguntando qué hacíamos y queriendo comprar. Al poco tiempo pensamos «por qué no», montamos unas mesas de pallets reciclados, y abrimos las puertas. Abríamos pocas veces por semana (ambos teníamos otros trabajos) pero era genial encontrarnos con tantas historias de vida, tantas razones diferentes que llevaban a la gente a comprar MIES. Ese año fue de mucho crecimiento, estábamos desbordados, nunca habíamos tenido un «business plan» y sabíamos que había mucho por mejorar y emprolijar, pero nunca parecía un buen momento para parar y planificar. ¡Gran error! Nunca lo hagan, la bola de nieve se agranda y después es peor!!!

Enseguida las ventas eran tantas (aunque las ganancias, por nuestro desconocimiento de todo, eran nulas) que tampoco podíamos producir a tiempo, por lo que se sumó primero una mamá de los fundadores. Jubilada, amante de la cocina, con tiempo libre y un caudal inagotable de energías, se vino al localcito-taller de Núñez a dar una mano. Enseguida aprendió las recetas y hasta se animó a diseñar algunas nuevas. Con las ventas tampoco dábamos abasto, abrir el local tres veces por semana era demasiado ya para nosotros, y sumamos a un vecino (que hoy ya es un querido amigo, y miembro vitalicio para siempre de MIES) para atender a nuestras queridas clientas del barrio. Surgió entonces la idea de abrir un segundo local, algo ya más planificado, con muebles diseñados para exhibir nuestras bombas, espumas, jabones y demás cositas, y en una zona de más tránsito. Era el 2014 y en abril inauguramos MIES en Recoleta, en Juncal 2979. Hicimos un eventito de inauguración para el barrio y para amigas de prensa, bloggeras, familia. ¡Lindísimo recuerdo!

11987192_890515934366128_7325676997497438170_nPero (toda linda historia tiene uno) habíamos crecido demasiado rápido y demasiado desordenados. Claro, es que nunca lo habíamos siquiera planeado, y la vorágine de las cosas nos había llevado puestos. Nos hicimos muy conocidos, y dejamos de ser un proyectito gourmet de esos que uno ama justamente por ser chicos y desprolijos. Parecíamos grandes, exitosos, casi una empresa de verdad, y se nos empezó a exigir que actuáramos en consecuencia (¡terror!). Nos mandamos macanas típicas de inexpertos (pedidos que llegaban en mal estado, o que tardaban mucho, etiquetas equivocadas, etc) y pronto nos vino a visitar ANMAT, el ente que regula la producción de cosméticos en Argentina. Por supuesto, temblamos, porque si bien ya hacía un tiempo veníamos leyendo sobre estos requerimientos y estaba la intención de regularizar todo, no sabíamos ni por dónde arrancar, y no teníamos además ni el tiempo ni mucho menos la inversión. Cuestión que el tiempo de gracia se había acabado, y que ahí estaba la inspectora intimándonos a poner todo en condiciones. Por un minuto, sentados ahí, los dos fundadores pensamos que lo mejor sería cerrar las puertas, dar por terminada una hermosa e inesperada aventura, y volver a nuestras respectivas profesiones. Pero después pensamos en la gente que ya vivía de MIES (no nosotros, por cierto), en las cientos de clientas que volvían todos los meses a buscar esa crema que les hacía mejor que cualquiera de la farmacia, en los tantos mails con felicitaciones y palabras de agradecimiento que nos llegaban todos los días. En lo tanto que nos gustaba trabajar juntos y hacer algo que pudiera, en alguna medida, ayudar a la gente a vivir mejor. Y sin tener que gastar fortunas, además.

Tomamos la decisión: seguiríamos adelante, y cumpliendo con todo, como corresponde. Buscamos un laboratorio que nos hiciera los productos para nosotros sólo dedicarnos a venderlos, pero no encontramos ninguno que supiera o quisiera hacerlo. Sólo un par nos ofrecían vendernos los más sencillos, las cremas o jabones, pero a precios ridículos, y nada hecho a mano. No podian asegurarnos que no fueran a testear en animales, que usaran aceites esenciales, que les agregaran materias primas frescas. Momento de segunda decisión: montar nuestro propio laboratorio (por supuesto que no teníamos ni idea). Pero todo en la vida se aprende, y alquilamos una nave industrial de 500 m2, la equipamos, aplicamos a las 17,350 certificaciones y trámites de la municipalidad, esperamos pacientemente, mientras tanto pulimos los productos, agrandamos el equipo, nos profesionalizamos lo más posible.

No fue fácil mutar de un proyecto casero de dos personas y un par de familiares y amigos, a una pyme «de verdad». Costó, hubo quejas de todos lados e incomodidades muchas. Hubo que acostumbrarse a miles de procesos nuevos, gente nueva, hubo que decir «esto ya no se hace más así» demasiadas veces, pelearnos y abrazarnos al final del día durante mucho tiempo. Hoy es un lindo recuerdo, como todo relato gestacional, ¡pero en ese momento no estábamos demasiado felices! Finalmente vinieron las inspecciones y las certificaciones de ANMAT. No lo podíamos creer. ¡MIES tenía su propio laboratorio! Celebramos brevemente con una pizza en la Kentucky de Villa Urquiza, y corrimos a lanzar nuevas etiquetas con nuestro flamante número de legajo. Pensamos que lo más difícil había pasado ya, pero no 🙂 De pronto nos encontramos con un gigante montado, con una cantidad de empleados, técnicos, procesos y regulaciones, que costaban fortunas, y las ventas que hasta ayer parecían millonarias, de pronto no pagaban las facturas. Había que crecer. ¡El brindis duró un sorbito, y ya había nuevos desafíos!

ROSARIO1Así arrancó el 2016, abriendo tres nuevos locales propios (Ramos Mejìa, Caballito y Rosario) y lanzando nuestro plan de franquicias, decididos a acercar nuestros productos gourmet a todos los argentinos. Nuestra empresita ya estaba grande y tenía un equipo profesional que la llevaba adelante, sus fundadores ya no éramos imprescindibles (de hecho, con nuestra acostumbrada forma de hacer las cosas rápido pero desprolijo), y supimos que teníamos que dejar hacer a los nuevos directores, y poner nuestra energía en otro lado. Así fue que MIES cruzó el oceáno y llegó a Europa, donde de a poco nos vamos instalando, aprendiendo (¡cuándo no!) todo de nuevo, pero siguiendo con ojo celoso el dìa a dìa de nuestro primer amor, ese MIES Argentina que nació de un almuerzo alcoholizado y que nunca paró de crecer, de volvernos locos, de meternos en problemas, y de hacernos enormemente felices.

¿Cómo sigue esta historia? Quién sabe! Pero mientras haya alguien del otro lado leyendo esto, y alguien usando nuestrs productos y sonriendo un poco más, no tenemos dudas de que quedan muchos capítulos de MIES por escribirse 🙂